lunes, 30 de noviembre de 2009


UN DÍA EN LA VIDA DEL PEQUEÑO CIRO ALEGRÍA
La Hacienda Quilca, lugar de sus travesuras


Como cada mañana, el pequeño e engreído Ciro no resiste a la tentación de abalanzarse sobre el maíz recién desgranado que alfombra un pequeño patio vigilado por los imponentes eucaliptos de la pintoresca Hacienda de Quilca. La sonrisa cómplice de Mateo, peón respetado de la hacienda, delata la ternura casi instintiva que ocasionan los retozos traviesos e inocentes de un impredecible Ciro.
Como es costumbre, en la comarca todo parece una fiesta. Las infaltables perdìzes escarbando los tiernos sembríos de papa, el bullicio melódico de los jilgueros desde los eucaliptos y los cada vez más lejanos ladridos de “Azafrán”, recio ovejero que partió temprano con Don Tehodoro y el rebaño de ovejas.
De pronto, extrañamente Ciro da un brinco e instala su mirada en los altos pinos que pareciera se trágaran el camino a lo lejos.
Cada vez más sonriente e impaciente, Ciro invoca en su pequeña lengua:
--- ¡¡ Azafàn !! ……….¡¡ abelito !!
Pero Mateo sigue concentrado en el ordeño de las vacas. De no ser por la insistencia de Ciro, la mirada de Mateo nunca hubiera apuntado hacia el camino.
Sorprendido por el lentísimo andar del caballo de Don Tehodoro, patrón de la hacienda, Mateo impulsa rápidamente sus extremidades hacia el encuentro.
Ciro emocionado corre detrás de él, su limpio corazón solo ansía un nuevo y tierno abrazo de su querido abuelo Tehodoro.
--- ¡¡ Carambas!! …¿qué pasó patroncito?—dijo un solícito y asustado Mateo.
--- Me caí en el desfiladero que hay junto al puquio…creo que tengo rota la canilla…ayyy!!!...ayúdame Mateo…. — contestó un afligido Tehodoro.
Ya en buen descanso, Don Tehodoro permite que su consentido nieto se acerque a abrazarlo. Ciro se pierde en la mirada de su abuelo. No sabe si reír o dejar que la seriedad lo siga dominando. Sabe que el abuelo no esta bien, lo nota en su enrojecido y curtido rostro.
Casi de inmediato, un poderoso silencio se apodera de todos. Ciro, sorprendido recorre cada una de las miradas de los peones y recuerda las mismas brillosos profundidades desde donde brotaron interminables lágrimas cuando “viajó” su madre.
--- ¡¡¡ buaaaaaaa…!!! ... ¡¡¡ buaaaaaaa…!!! .¡¡¡Mi abelito!!! – grita llorando Ciro.
De pronto una palmada desubica al desconsolado Ciro que al voltear se topa con un placido rostro. Se marchita su tristeza y la sonrisa le brota como una tierna flor de jazmín que sólo crece en la hacienda: era Herminia, su madre, que llegaba de viaje.

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